
El idioma maltratado: los subtítulos de la televisión
Algún día que tenga tiempo, y eso significa que va para largo, me voy a entretener en hacer un ranking de las cadenas de televisión. Clasificándolas según las patadas que cada una de ellas propina al idioma en los subtítulos de sus diferentes espacios. Sobre todo durante los informativos y programas de opinión. No sé todavía si lo enfocaré según la gravedad de la ofensa o según el número general de erratas. Pero sí tengo claro a estas alturas que la cosa va a estar reñida. Y que es raro que pase más de una hora frente a eso que llamaron en su día “la caja tonta” sin que acabe dándome de bruces con alguno de aquellos gazapos que hacen casi sangrar a los ojos. Sea la cadena que sea, que aquí también son todas iguales.
La plaga, últimamente de proporciones bíblicas, afecta a prácticamente todas las facetas de nuestro pobre idioma. Golpea de modo tal vez más intenso a la ortografía (“Usted a firmado un acuerdo”, “…no esistían denuncias anteriores”), pero alcanza también a las concordancias (“Concentración en la Tribunal Superior de Justicia”) o a la propia inteligibilidad del texto. Y no es atribuible en la mayoría de casos a la prisa con la que se trabaja en el medio televisivo. No al menos cuando lo que se cuela es una errata que aquellas que calificábamos en mis años de colegio como “gordas” y que deberían saltar a la vista casi de inmediato para cualquier persona medianamente acostumbrada a la lectura. De las que no responden a simples fallos mecánicos al teclear, como cuando alguien cambia de orden un par de letras.
Una cuestión que resulta tantísimo más inaceptable cuando cae uno en la cuenta de que son nada más y nada menos que profesionales del lenguaje, seguramente titulados en periodismo, quienes se ocupan del asunto. Gente a la que se le presupone un conocimiento del idioma por encima de lo que pueda ser exigido a la media. Detalle este último nada baladí, que da cabal cuenta de lo preocupante de la situación y que nos debería llevar a la reflexión sobre el por qué de tan usual fenómeno.
Lo cierto, y entrando en el terreno de las causas, es que estamos viviendo en la actualidad una etapa de profundo desdén hacia el idioma escrito. No ya hacia la corrección en su uso —que haría menos dramática la cosa— sino hacia el propio cauce escrito. Resultado tal vez de años de insistencia en lo audiovisual, convertido en vaca sagrada de nuestras prácticas comunicativas. No hay más que ver el reciente auge de los llamados “mensajes de voz” para calibrar la importancia de esta última afirmación: no solamente escribimos peor cada vez, sino que escribimos también menos. Como si hubiera algún tipo de alergia generalizada entre nosotros a la letra escrita.
Está claro que en medio de todo este paisaje, el cuidado por la ortografía y la corrección hace ya tiempo que ha dejado de ser una prioridad en nuestra sociedad. Convirtiéndose a veces hasta en un incordio. Es algo que vemos con cada vez más frecuencia quienes trabajamos en el ámbito educativo, donde asistimos —al menos en mi caso con pena— a la catástrofe ortográfica en todos y cada uno de los diferentes niveles.
La avalancha de atrocidades en los subtítulos de los informativos no viene a ser en definitiva sino un botón de muestra de la mala salud de nuestra lengua escrita. Si ustedes, titulados en comunicación de los diferentes medios, no hacen el esfuerzo por cuidar el idioma que leen los espectadores… ¿tendrá solución el declive de nuestra maravillosa lengua castellana?

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