Ha nacido una estrella

por | May 9, 2020 | 0 Comentarios

Mucho me temo que el bochornoso espectáculo montado por Saray en Master Chef, y no suelo equivocarme en estas cosas, terminará dando lugar al  nacimiento de una nueva estrella televisiva. Otra más para ese bien nutrido catálogo de rarezas mediáticas que en este país criamos como no hace casi nadie más en el ancho mundo.

No voy a entrar aquí en detalles sobre el engendro de plato que la concursante del programa culinario se atrevió a llevar ante el jurado. Supongo que estaremos hablando durante años del pájaro, de las plumas y de la caradura de la protagonista. Y que el «León come gamba» —que tan popular llegó a ser en otros tiempos— acaba de ser destronado como peor elaboración de toda la historia del concurso.

Pero como digo, y líbreme el cielo de juzgar las habilidades culinarias de nadie, no voy a quedarme con eso sino con algo que según mi forma de ver las cosas resulta muchísimo peor. Con la rotunda falta de educación que la concursante ha venido mostrando a lo largo de todo el programa. Desde casi arrancar la edición y hasta llegar a su momento cumbre con lo de la perdiz sin desplumar. Saray, tal y como la hemos visto, se ha mostrado contestona e insolente con el jurado en no pocas ocasiones, así como carente de cualquier muestra de respeto hacia sus compañeros. Aunque sobre todo, y eso voy a destacarlo muy por encima de cualquier otro aspecto, si algo ha exhibido Saray es un comportamiento infantil. Absolutamente infantil. Cargado de gestos y mohines que son en cualquier caso más propios de un niño malcriado que de una persona que se presenta —sí, así es— como educadora social.

No hay más que revisar sus gestos con el cuchillo detrás de Jordi Cruz —¿pero de verdad pensó que eso era oportuno o al menos gracioso?—, los bailoteos como respuesta ante la crítica de los jueces, los comentarios despectivos hacia compañeros o la salida final del programa en plan de «por ahí me lo paso », para darnos cuenta de que tras el personaje creado por Saray no late sino un profundo y acentuado infantilismo. La incapacidad absoluta de reconocer la propia debilidad y que la lleva, por el camino de lo presuntuoso y de forma directa, a convertir en estilo personal la polémica, el desdén o lo simplemente desagradable. Como el niño que descubre las palabras malsonantes y las profiere sin medida una y otra vez. Esperando la risa complaciente de cuantos la rodean hasta que alguien lo reconduce —a eso se le llama educar— y le hace ver lo procaz e inadecuado de tal conducta.

Pero a lo que vamos. Es precisamente eso, esa actitud tan increíblemente repulsiva y falta de toda educación, infantilizada hasta el extremo, lo que me  hace augurarle un prometedor futuro a Saray en el mundo de los platós y tertulias. Que supongo, por otra parte, que es lo que iba buscando la susodicha más que demostrar su habilidad en los fogones. Porque en este país, las cosas como son, si mezclamos la desvergüenza extrema con un carácter polemista y la total ausencia de madurez, el triunfo como tertuliano está más que asegurado. Al menos durante un tiempo. No hay más que ver la cantidad de perfiles similares que se asoman a diario a nuestras pantallas, desde los «salvamés», los «polideluxes» y los «viceversos» de turno, con el fin de ejercer aquello para lo que intuimos que Saray debe estar más que bien dotada: el despelleje sin fronteras ni pudor.

Estoy convencido de que no tardaremos en ver a la ex aspirante a chef desfilando por alguno de esos apasionantes programas o intentando sobrevivir en alguna isla caribeña. Y lo peor de todo —de eso tengo casi mayor certeza todavía— será que Saray acabará teniendo su público y sus no escasos partidarios. Será la constatación de que la falta de educación, tristemente, vende. Y que por mucho que procuremos inculcar a nuestras futuras generaciones otro tipo de valores, nuestros esfuerzos se acabarán estrellando contra un ave muerta en lo alto de un plato.

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