Hoy toca empezar el blog. Definitivamente. Y más allá de alguna que otra entrada de prueba que haya podido redactar—lo confieso, le tengo cierta tirria a esos textos de relleno estilo Lorem ipsum— ha llegado el momento de abordar la primera entrada «seria» para el proyecto.  Una puesta de largo en la que no estaría mal, las cosas como son, mezclar literatura y filosofía. Al fin y al cabo, no es sino con las cosas del pensamiento y con las clases de Filosofía con lo que se gana la vida uno por mucho que le guste escribir.

El caso es que corre la especie de que únicamente hay una forma de construir y expresar el pensamiento filosófico, y que este medio pasa necesariamente por el discurso estrictamente argumentativo. Mejor todavía si la cosa viene escrita en frases complejas y con una generosa pátina de oscuridad en los enunciados. Sin que pueda —según esta forma de considerar la cuestión— ser visto como verdadera Filosofía cualquier otro formato que no se ajuste a dicho modelo.

Para los partidarios de esta vía no cabe atribuir al resto de escritos la consideración de auténtica producción filosófica. Nunca será Filosofía así pues una novela ni lo será tampoco un poema. No al menos mientras no se ajusten a la dichosa forma discursiva. Algo que permite salvar, por ejemplo, a Platón. Con un poco de generosidad aceptarán estos puristas algún que otro calificativo que ubique ciertos textos en una honrosa segunda división, reconociendo posos de saber en ellos pero sin llegar a situarlos nunca en la primera categoría de lo discursivo.